Dependientas, costureras, a veces prostitutas,..mujeres
pobres y hermosas de la Inglaterra del Siglo XIX, fueron convertidas en Reinas
y Diosas, en Hadas y Damas, en iconos de un mundo fantástico, paralelo a este,
por el pincel y la pasión de grandes artistas.
Muchas de ellas pasaron a la posteridad sólo como rostros
hermosos y fantasías de mentes utópicas, pero eran mucho más que eso.
Hoy pueblan los Museos y los sueños de quienes admiramos el arte…pero
no debemos olvidar que esas damas, casi siempre opacadas por sociedades
masculinizadas, fueron mujeres de piel y corazón que amaron y sufrieron y que
al igual que cualquiera de nosotros buscaron, tal vez en la magia de ser “las
contempladas” un sentido a su existencia…
Elizabeth Siddal fue una enigmática mujer cuya complejidad
ha llegado a trascender el calificativo de “Musa”.
Aficionada a la escritura y a la pintura antes de ser una de
las “Femmes” prerrafaelistas más admirada de la historia, que junto a su
coetánea, Jane Burden, se convertiría en el rostro vivo de un gran movimiento
cultural.
Menos mal que su obra fue rescatada del olvido y la
ignorancia por manos y mentes inteligentes, y si bien ha pasado a la posteridad
más por su hermosa languidez y su azarosa vida privada con final trágico, no es
menos cierto y comprobable el hecho de que fue un ser humano talentoso,
sensible y que como tantas mujeres de su época fue marginada al secundario
papel de "Objeto Bello".
Aún tengo el recuerdo anclado en mi mente; el de una de las obras más impactantes y
bellas de la historia del arte: “La Ofelia de Millais”
Iban a pasar algunos años antes de yo saber que la agónica Ofelia
del genial pintor inglés fue la frágil y delicada señorita Siddal…y que bello descubrimiento
fue por cierto.
¿Cómo no dejarse
arrebatar por la mórbida y poética languidez de Elizabeth Ofelia moribunda en
los brazos de ese arroyo?
Es imposible. Por lo menos para mí lo fue en aquel momento y
aún lo es.
Los labios entreabiertos, las manos en posición de ofrenda
mientras va dejando escapar las flores, subrayando la trágica historia contada
a pinceladas de la heroína de Shakespeare muriendo loca de amor, su mirada estática
semejante a una hoja de otoño, el escenario silente, la blanca palidez intacta,
ese último aliento inmortal..
…Quién iba a pensar que años después sería ella misma la que
agonizara loca de amor como esa Ofelia
de blanca palidez intacta. Qué ironía.
Lizzie, como la llamaban sus amistades, nació en 1829 en el
seno de una familia de clase baja. Trabajaba como dependienta en una sombrerería
londinense cuando un joven artista: Walter Deverell la vio a través del cristal y le propuso
ejercer de modelo. Fue a través de Deverell que
conoció a los miembros de la Hermandad Prerrafaelita, para quienes pasó
a ser una de sus modelos predilectas.
Su extraña belleza los cautivó. Era de elevada estatura,
delgada, cabellos cobrizos y párpados transparentes y cerrados; encarnaba
perfectamente el nuevo y moderno tipo de belleza, tan hermosa, tan lánguida...
nadie mejor que ella podía representar a Ofelia.
El cuadro de Sir John Everett Millais sobrecoge por la
fuerza de la imagen y el trasfondo del personaje, no en vano la escuela
Prerrafaelista se involucraba hasta tal punto con sus modelos que las sometía a
los sufrimientos que evocaban sus imágenes para lograr mayor naturalismo. Y así
en el invierno londinense de 1852, para su primer cuadro como modelo, Lizzie
posó en interminables sesiones sumergida en una bañera con agua helada buscando
con ello lograr la apariencia y el “rigor mortis” que Millais necesitaba para
su Ofelia. Elisabeth enfermó y su padre se enfadó con el pintor requiriéndole una satisfacción
económica. Lo cierto es que una vez recuperada del enfriamiento “acuático”
Lizzie no volvió a trabajar para Millais y su salud nunca más volvió a ser la
misma.
Fue en esa época
cuando Rossetti la conoció, y se enamoró de ella.
Obviamente, quedó prendado de su belleza, pero luego
descubrió que Lizzie era tan talentosa escritora y pintora como sus compañeros
de hermandad e intentó ayudarla, también John Ruskin amparó sus inquietudes, y
trató de impulsarla pero la vida de Lizzie : enfermiza y depresiva pasaba entre
momentos de angustia y arrebatos de celos ( ampliamente justificados) . El Ego de Rossetti era sencillamente colosal
y aunque ella era una mujer talentosa, las promesas constantemente rotas acerca
de considerarla dentro de la Hermandad fueron causándole un hondo vacío.
Pronto Rossetti convirtió el rostro y la figura de Lizzie en
el motivo principal de sus obras. Tenía absoluta dependencia de ella, a la que
describía en 1854 diciendo: "...se la ve más delgada y más cadavérica y
más bella y más desmadejada que nunca; una autentica artista, una mujer sin
igual en mucho tiempo; es de estimulante frescura... el sello de la
inmortalidad".
El pintor consagró su vida a cultivar la belleza ideal
encarnada por su musa, la mujer que inspiró su pintura y su poesía.
En 1860 pinta a Lizzie embarazada en el cuadro “Regina
Cordium", con la mirada perdida y un sentido gesto de tristeza. La hija
que llevaba dentro no nacerá viva.
Hundida emocionalmente y sabiendo de las aventuras de él con
otras mujeres, Lizzie pasa su vida entre dosis de láudano, opio y morfina. La
leyenda cuenta que amenazó a Rossetti con el suicidio pero él no la tomó en
serio y una noche de 1862, destrozada, mientras él pasaba la noche en la cama
de una de sus amigas , Lizzie se pasó con la dosis de láudano y la encontraron
muerta tal como a la Ofelia del cuadro que la inmortalizó.
Se cuenta que cuando Lizzie fue enterrada, Rossetti había
metido en su ataúd, bajo su cabellera, algunos de sus poemas para que la
acompañaran en su largo viaje. Pero el ego del pintor tenía tales proporciones
que, siete años después, pidió que su mujer fuera exhumada para recuperar y publicar
sus poemas.
Se dice que el largo, rojo y ondulado cabello de Lizzie, que
tanto le había fascinado siempre, seguía intacto y todavía brillante…
Observo nuevamente la imagen de Elizabeth Ofelia en ese
último sopor que la volverá eterna antes de entregarme al reparo de la noche de
éste último lunes de abril y resuenan en mi oído las palabras que el gran Rimbaud
escribiera en honor a esta” belle muse” sin tiempo.
"En las aguas profundas que acunan las estrellas,
blanca y cándida,
Ofelia flota como un gran lirio,
flota lentamente,
recostada en sus velos."
Que incontenible el placer cuando no hace falta decir más
nada…
"Ofelia", 1852
John Everett Millais
Me gustó mucho. Lo compartí en Twitter y Facebook. Nuestros saludos y respetos
ResponderEliminarGracias Isaías! Saludos!
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