viernes, 28 de junio de 2013

Cartas para Noa (4)


Ricardo es hermano de mi Madre y vive con su esposa Greta en Miami desde hace 25 años. Ambos son mis padrinos y ante el impedimento de tener hijos yo me convertí en algo así como un sustituto al que regularmente envían regalos caros, raros y poco funcionales.
Jamás se han olvidado de mi cumpleaños ni de los acontecimientos importantes en mi vida. Acabo de terminar la secundaria y sin ser una alumna sobresaliente como Florencia o como Marcelo, me las he arreglado a fuerza de puro carisma para sacar buenas notas.
Yo saltó de alegría casi al borde del desmayo mientras releo la carta―Debemos hablarlo con tu papá Sofía―me sentencia mi madre desde el living, mientras telefonea a mi tía para corroborar las noticias y las condiciones del regalo.
La dejo sumergida en sus formalismos y corro desesperada hasta la habitación de Marcelo; él es el primero que debe saberlo.
Florencia interrumpe nuestra conversación y me avienta a la cara su pálida visión de la vida, como siempre―Rogá que mamá te deje ir, sabés como piensa en eso de una mujer viajando sola y al extranjero
Marcelo la mirada con desaprobación.
—Sólo digo la verdad y lo sabes.
Se excusa y se va sin antes dejar flotando su aire derrotista.
―No le hagas caso, mamá va a decir que sí, yo voy a tratar de hablarle, no te preocupes―Me dice con empatía—
Lo estrujo entre mis brazos y confío ciegamente en su intervención.
Sin generar sorpresa en ninguno de nosotros, mi Madre despliega durante la cena su abanico de negaciones.
Mi Padre ya está al tanto de la situación y me lo hace saber con su mirada, casi neutra. Mamá mueve los labios escupiendo cientos de miles de posibles riesgos y argumenta su negativa de manera elocuente y brillante.Como siempre.
Ninguno interrumpe. La vorágine de la “reunión” está pactada arbitrariamente de esa manera. Las normas son claras e inapelables. Ella terminará su discurso y le cederá la palabra a mi Padre que generalmente, no se atreve a desafiar las sentencias de semejante dominatriz.
A ésta altura, yo no la escucho. Solo observo el movimiento de sus labios pero sin interesarme en decodificarlos. Ya he escuchado su homilía perniciosa demasiadas veces.
Mi padre toma la palabra y Florencia entonces, con cierto aire de triunfo que hoy, después de tantos años, lo atribuyo simplemente a la inocente envidia entre hermanas mujeres, me mira de reojo y deja escapar una diminuta sonrisa que bien podría traducirse en “Te lo dije”.
Pero entonces sucederá el evento, uno de esos sucesos inesperados que irremediablemente tienen el titánico poder de cambiar el curso de una vida para siempre. Rodolfo Dejean,  inflando el pecho, como si buscara adentro de sus entrañas las fuerzas suficientes para contrarrestar el batacazo, abre los labios y resueltamente dice: Yo estoy de acuerdo con el viaje, Cristina. No veo porque no podría hacerlo. Ricardo y Greta han estado esperando que terminara la secundaria para llevarla y sabemos de sobra que no dejaran de cuidarla un segundo. Además, considero que viajar  hace bien y creo que el descanso la impulsará para comenzar la universidad como tiene planeado hacerlo—
El silencio es total, casi fatal. La mirada atónita de mi Madre es ahora la verdadera protagonista de la escena, la cual traspasa sus pupilas y se convierte en una presencia viva que aplasta y devora.
Desafiada en su estructura, Cristina Anderson se expone por primera vez ante nuestra expresión de bocas abiertas y ojos desorbitados,  a sacar de la galera la resolución a semejante conflicto y salir airosa en el intento.
―Pero Rodolfo…es tan lejos y además tendría que viajar sola—dice, apretando los labios con autoridad en un intento de no perder el control de la situación. 
―Sus padrinos van a estar esperándola en el aeropuerto— agrega mi padre con certeza—ni se dará cuenta que viaja sola por el entusiasmo de llegar.
Casi derrotada, intenta buscar alianza en Marcelo que cumpliendo con su promesa se suma a la aprobación de mi Padre.No mira a Florencia para darle la palabra y ella tampoco la pide, ambas saben, por ese lazo invisible de afinidad que las une, que están de acuerdo.
 Observo casi sin moverme como mamá agarra el tenedor apretándolo sutilmente y come un bocado. Ahora sí que ha caído en la derrota. La palabra de su esposo sumada a la de su hijo varón refuerzan demasiadas creencias como para que intente salir a buscar una segunda batalla.
Después de varios minutos, deja el tenedor a un costado-con su característica elegancia- y finaliza la reunión soltando su veredicto―Quiero que sepas que yo no estoy de acuerdo Sofía;  sin embargo, si tu Padre confía en vos y en este asunto…no voy a oponerme. Llama a tus tíos y confírmales que irás.
Si algún mínimo lazo de unión estaba latente entre nosotras, ese día se rompió en mil pedazos.
La alianza que formamos con Marcelo y mi Padre me sentenció irremediablemente.Fue demasiado para una mujer como mi madre, criada a la sombra inflexible de las tradiciones de sus ingleses padres, haberla desafiado refugiada en el consentimiento de los masculinos de la casa.
Sentí que escribió una X encima de mi nombre, una X que tiempo después transformó- sin saber el por qué-  en una letra escarlata.
El avión aterriza en el Miami International Aiport a las 8 y 30 de la mañana y apenas mis pies hacen contacto con el suelo, inexplicablemente siento que Miami es mi lugar en el mundo.
Mis padrinos están esperando como habían prometido y me reciben envueltos en una amplia sonrisa. Hace tres años que no viajan a Argentina por lo que no escatiman en halagos acerca de cómo he crecido y en lo hermosa que estoy.
― ¡Estamos felices que hayas podido venir Sofi, te va a encantar Miami!— Me dice Greta, apretándome contra su pecho.
—… Y créeme que la vas a pasar de maravilla―agrega Ricardo, haciéndome sentir protegida en un círculo de amor y ternura que prácticamente desconozco―Vamos a cargar el equipaje, no perdamos más tiempo―continúa,  tomándome de la mano.
Emprendemos el viaje hasta su casa. La camioneta que maneja Ricardo es una Land Rover color verde acerado que me enamora al instante.
Comienza el recorrido a través de la carretera MacArthur Causeway para llegar desde Miami al área de South Beach.
El sol de a poco empieza a desplegar su inclemencia caribeña y hace calor. Greta cierra los vidrios y Ricardo enciende el aire. Lo hacen en una comunión de palabras sobreentendidas que me deja mirándolos interactuar durante unos segundos, estoy deslumbrada.  Aunque siempre se han comportado de la misma manera, jamás he prestado la debida atención; ahora, lejos de todo, puedo ser testigo de esa tierna correspondencia sin interferencias.
―Después de 30 años de casados no te queda más remedio que llamarle “comunión” Sofía―me dice mi madre cada vez que yo pondero el matrimonio de mis tíos, y aunque tal vez tiene un poco de razón, entre Ricardo y Greta hay otra cosa, algo que trasciende la frase prosaica “ no te queda más remedio” y es tan evidente y transparente, tan absolutamente distinto a la supuesta conexión que Rodolfo y Cristina se esfuerzan por mantener aceitada; que  súbitamente empiezo, a partir de ese mínimo instante, a saber qué voy a buscar del amor.
Cuando salimos del continente y llegamos a las islas, mi corazón se paraliza de la emoción. El mar turquesa nos abraza por doquier, decenas de palmeras se contornean al compás de la brisa marítima, nubes que como algodones decoran el cielo celeste, aire puro y renovador que percibo serpenteando por las calles…
Acabo de llegar a un nuevo mundo. Un mundo que siempre ha estado esperando por mí.
El piso de mis tíos es un sueño. Está ubicado a pocas cuadras de la playa, muy cerca de la Avenida Ocean Drive y de la encantadora Lincoln Road; en ella, Ricardo y Greta son dueños hace 20 años de un importante multimarcas. Ya tengo preparada una habitación provista de una cama grande, televisor, equipo de música, aire acondicionado, libros, revistas y una computadora.
Todo desplegado para mi absoluta comodidad.
Esa noche cenamos y ambos me ponen al corriente de que soy dueña de ir y venir a la hora que desee, me comentan un poco acerca de los riesgos del lugar, de la playa, de la noche y me dan una llave, tanto de la casa, como de mi habitación.
La emoción que me invade no tiene precedentes.
Después de las recomendaciones me preguntan acerca de mis planes ahora que terminé la escuela secundaria. Les respondo que ya tengo decidido que hacer y lo sé desde 2do año―Voy a estudiar medicina―afirmo con resolución y sin poder evitarlo, me retrotraigo al  momento decisivo de mi primer encuentro con la muerte a la edad de once años, y se instala otra vez el estupor, la desconocida magnitud de la tristeza; la mirada desorbitada de mi Padre ante la pérdida de su Madre; fragor que se incrusta en mi pecho dejándome una huella que será indeleble y que con el paso de los años transmutará en una necesidad irrefutable; la necesidad de encontrar un significado al irremediablemente acto de morir.
― Doctora Sofía Dejean Anderson…―murmura mi tío explotando su rostro de orgullo―Felicitaciones Sofi, es tu carrera, definitivamente―agrega Greta igual de conmocionada.
Esa noche descanso relajada como si hubiera dormido entre almohadones de seda y mi corazón empieza a creer realmente que mi sueño sí es posible.
El sol rebota en los vértices de la ventana. Miro el reloj que está encima de la mesa de noche y me sorprendo al darme cuenta todo lo que he dormido.Son casi las 12 del mediodía.
Encima del escritorio de la computadora hay una nota de mis tíos; me dicen que debieron salir a hacer unos trámites, que pasarán por el negocio y que están llegando cerca de las 5―La playa queda a unas 3 cuadras Sofi, sigue derecho por la Ocean Drive y llegas seguro o si lo prefieres está la pileta.
—Esto es mejor de lo que imaginaba—digo en voz alta y tengo ganas de gritar de la emoción.
Acomodo la habitación rápidamente, armo una mochila y emprendo el camino –me he decidido por la playa-
El sol calienta sin piedad,  pero cientos de personas se movilizan a través de la pintoresca Ocean Drive. Gente relajada y buena onda que inmediatamente me contagia sin que pueda evitarlo.
La playa está atestada de cuerpos bronceados.
El Mar brama con sus aguas tibias y sus olas espumantes.

Nunca antes había visto el mar y al hacerlo,  me siento embriagada de emoción; me convierto en una poetisa extasiada por la belleza de ese manto añil y sus laberintos insondables. 
Me vuelvo una infanta griega que ha desembarcado en los primeros capítulos de su magnífica odisea…


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