jueves, 18 de julio de 2013

Cartas para Noa ( 11 )



El frío de mi cama vacía me avienta fuera de ella pasado el mediodía.
El teléfono suena. Seguramente es Alison que llama confirmándome el almuerzo con los residentes del hospital.
No me apresuro a levantar la llamada intentando tal vez que se agote de sonar. No lo logro. Conozco a Alison desde la universidad y sé que no desistirá hasta que haya atendido y asegurado mi presencia.
La reunión es en “Altamar”, un bistró italiano en el cuál generalmente se organizan las “juntas” de la “élite” graduada del Miller School.
Me siento algo agotada después de mi noche en vela sobre la arena de la playa, pero sé que no puedo pasar por alto el evento.
Recién cuando aseguro mi asistencia, Alison interrumpe su monólogo de mil palabras por segundo.
―Te esperamos Sofía, a la una y media, sé puntual.
Abro la ducha y quito la pesadez de mi cuerpo destemplado.
Cuando han pasado 20 minutos y mi cabeza ha logrado despejarse del todo, le doy rienda suelta a mi extensa lista de cuestionamientos.
—Debo haber perdido la cabeza—me sentencio.
Separo un atuendo semi-formal y me visto al borde del desgano.
Hay algunas nubes espesas dando vueltas por el cielo azul fosforescente pero en nada interrumpen el resplandor del incandescente astro subtropical.
Comienzo el recorrido a través de la pintoresca Dixie Hwy. Enciendo un cigarrillo y me concentro en el camino. Después de casi media hora, el elegante boulevard de Lincoln Road con sus exclusivas boutiques, cafés, cines, teatros y sofisticadas galerías aparece frente a mis ojos.
En el restaurante ya están todos mis compañeros y la mesa es un despliegue de “egos” de todo tipo. Saludo a cada uno con simpatía y me instalo. Ordeno salmón, algunas verduras y una copa de vino blanco.
El curso de la charla desemboca, inevitablemente, en los mismos tópicos profesionales de siempre, entonces comienzo a experimentar una inusual incomodidad que me lleva a un mutismo espontáneo. Al advertir el silencio, trato de recuperar mi postura recordándome que yo soy parte de la geografía de este lugar y sus esquemas, pero fracaso en mi intento y hoy más que nunca mis amistades son un espacio vacío, hoy más que nunca el mundo es gris, como yo.
Intentando disimular mi estado, tomo el celular de la cartera y escribo un mensaje:
I miss you, Nick. Aguardo unos instantes, nada sucede. Seguramente debe estar como yo en algún restaurante de moda rodeado de los mismos tópicos de siempre, comiendo salmón, verduras y tomando una copa de vino blanco; sin embargo,  no creo que él haya enmudecido y esté cautivo de ningún torbellino emocional. Business are business. Nick lo tiene muy claro.
Mentalmente comienzo a querer reprochar su actitud pero salgo al cruce de mis pensamientos y me recuerdo que hasta hace unos meses esta estructura funcionaba a la perfección. Soy yo la que inexplicablemente he comenzado a desencajar, nada tengo que reprocharle.
Me excuso y me retiro al toilette. ¿Acaso está expirando tu carta franca, princesa? Me sanciono, mientras en el espejo del tocador me encuentro con el reflejo de una mujer que desconozco y me sobresalto-ya he experimentado en mi vida una impensada intervención que me devolvió una imagen ajena a mí- Sacudo el rostro. No quiero volver a atravesarlo.
Salgo del lugar sin despedirme y llevada por un impulso infrenable.
Llego a pasos agigantados hasta el auto y acelero con toda la intención de hacerme invisible cuanto antes. Avanzo unas cuadras y me encuentro con las verdes palmeras de Lummus Park.  
El corazón se me acelera. Intento frenar su alboroto pero no puedo. Aparco el vehículo.
Con un movimiento brusco abro la puerta y comienzo a caminar por la concurrida peatonal, arrebatada por la incontrolable necesidad de encontrar a Noa.
Mientras retumban mis pasos en el camino me asaltan un puñado de lágrimas; tal vez por la impotencia de reconocerme deambulando en una dimensión paralela a mi mundo en donde no tengo miedo de frenar y salir a buscar a una persona, aparentemente extraña, que tiene el poder de desintegrarme solo con una sonrisa.
Mis ojos ubican su silueta-durante algunos segundos sufrí la tortura de creer que se había marchado para siempre-me detengo. No sé qué decirle. Giro para marcharme, me consuelo con saber que aún estamos en el mismo lugar. Su voz gritando mi nombre me detiene. Alzo la mano y saludo. Me siento ridícula. En una milésima de segundo está a mi lado besando mi mejilla y agradeciéndome que haya venido a escuchar su música. El reflejo de su mirada es perfecto. Le pregunto si ha almorzado. Me responde que no. Le hablo de un pequeño  restaurante cubano sobre la Ave. Meridian que amo y le pregunto si quiere acompañarme. Acepta.
El resto de la tarde nos la pasamos bebiendo cerveza helada, sorprendiéndonos de nuestros gustos en común y vagando en un largo debate sobre “vidas anteriores”.
— ¡Es la única explicación que le encuentro a lo que me pasa contigo!—exclama, en medio de una sonrisa.
Quiero preguntarle que es “eso que le pasa conmigo” pero bajo la mirada. No quiero que me malinterprete.
El mozo se acerca. Le pido otra vuelta de cerveza.
— ¿Cómo es Londres? —le pregunto, desviando el curso de la conversación.
— ¿No has ido a Londres?
— ¡Te sorprenderías de todas las cosas que no he hecho! —le respondo, en medio de una carcajada—una de ellas es no haber ido a Londres.
—Es una pena. Con todo lo que has logrado deberías estar devorándote el mundo.
—Me imagino que sí...pero Nick y yo trabajamos demasiado.
Frunzo el ceño. Es la primera vez que nombro a Nick en su presencia.
— ¿Nick es tu esposo?
—Sí—respondo—Está de viaje en Nueva York.
Bajo la mirada, notablemente abatida.
—Te pone triste que no esté…
Intento cambiar nuevamente el curso de la charla pero solo atino abrir los labios.
—La verdad que sí—hablo finalmente, minutos después— Sin embargo, ya estoy acostumbrada. Es nuestro ritmo de vida desde hace años.
— ¿Te hace feliz vivir así?—me interroga, sin rodeos.
Titubeo unos instantes. No quiero responder. Hace unos meses atrás, mi respuesta hubiera sido clara y certera: Por supuesto que sí. Hoy, sencillamente no lo sé. 
Llega el mozo con las cervezas. Sorbo algunos tragos. Está helada y me raspa la garganta.
Mi celular vibra. Verifico el identificador de llamadas. Es Nick. Me excuso con un gesto y me alejo de la mesa.
—Hola Cariño. Perdona que no te haya llamado antes…tuve un día agitado y lleno de reuniones. ¿Cómo estás?
—Me imaginé que habías tenido un día pesado. Estoy bien. Descansando un poco.
—Aquí está nublado y parece que va a llover. Mañana me espera otro día fatal pero si logramos tener éxito en las tratativas del contrato, todo habrá valido la pena.
—Te irá muy bien. Lo presiento.
— ¿Sigue en pie la escapada de unos días a mi regreso?
—Claro que sí—Afirmo resuelta.
—Excelente. Creo que me voy a la cama….estoy destrozado de cansancio. Te amo mucho ¿lo sabías?
Me quedo en silencio. Levanto la mirada. A lo lejos, Noa ilumina su rostro con una tierna sonrisa y me estremece hasta el alma.
Durante algunos segundos experimento una pesada y abrumadora culpa que me sacude, obligándome a reaccionar del estado de estupor en el que me encuentro.
Acomodo la garganta.
—Claro que lo sé, Cariño—respondo, casi con la voz entrecortada—Yo también te amo mucho.
Suspiro muy hondo. Sé que no miento.
—Te llamo en cuanto pueda ¿okey?
—Okey. Que descanses.
Finalizo la llamada. Aprieto el móvil contra mi pecho y lentamente regreso hasta la mesa. Miro mi reloj.
—Es tarde. Creo que debo marcharme.
— ¿Está todo bien?—me pregunta, sin poder ocultar la sorpresa.
—Sí. Todo está bien. Sucede que…mañana debo…—Me detengo. Todo en mi interior me grita que no es necesario mentir.
Noa baja la mirada ante el fracaso de mi “excusa” y resopla sin poder ocultar su evidente confusión.
—Si te hice sentir mal por algo que dije…te pido disculpas—agrega
— ¡No pienses eso por favor! ¡No me has hecho sentir mal! Todo lo contrario…–me callo y analizo mi respuesta, intuyendo que no habrá posibilidad de volver atrás si es que  algunas palabras de más se escapan de mi boca—Me siento demasiado bien cuando estoy contigo. Hace nada que te conozco pero sé que eres una persona maravillosa y…
—Tú también eres una persona maravillosa, Sofía—me interrumpe—y estoy feliz de haberte encontrado.
—y no puedo entender…
— ¿Qué tengamos una conexión?
Me quedo inmóvil.
—Pues…la tenemos y eso es algo que no suele ocurrir a diario. En este interminable mar de gente tu y yo hemos coincidido y me alegro profundamente de conocerte y que estemos abriendo nuestras  almas. Este tipo de cosas—agrega―son las que me hacen pensar que la vida no es tan negra como parece…
Vuelvo a sentarme. Absolutamente conmovida por su respuesta.
— ¿No sientes miedo?
― ¡Claro que no! ¿Por qué habría de sentirlo?
Aprieto los labios.
— ¿A que le temes tanto, Sofía?―Me pregunta, mientras roza mi mano con sus dedos.
…A confundirme. A equivocarme. A darme cuenta que en realidad me he pasado la vida suponiendo que había encontrado el amor verdadero, la vida perfecta y ahora frente a vos- que me alborotas el espíritu y me haces sentir que amar es querer cruzar el mundo, es perder la noción del tiempo, del espacio, del lugar… es despeinarse, volar muy alto y desintegrarse más allá de todo en los valles de un sentimiento que no tiene respuestas- estoy entregada a tal punto que no me importa nada de nada—Pienso— y al abrir los labios para hablar, Noa, como si hubiera estado leyendo cada uno de mis pensamientos,  me arrebata con un beso profundo al que yo respondo instintivamente , como si mi boca hubiera pertenecido a la suya, desde siempre.


Fotografía: Anni Suvi

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