lunes, 5 de agosto de 2013

Cartas para Noa ( 15 )


El humo de mi cigarrillo se contornea salvaje entre los destellos que a contra luz  proyectan mi cuerpo despojado de todo, mientras envuelta en un profundo estado de ensoñación contemplo los ojos cerrados de Noa soñando esos universos nuevos que me convida, cada vez que se funde conmigo en un abrazo que no tiene límites.
Recorro la línea de su cuerpo con la yema de mis dedos y durante algunos minutos me atrevo a soñar una vida a su lado. Me atrevo a despedazar ese “mito ideal” en el cual quise convertir mi existencia, me desarraigo de la endemoniada frase “estar a la altura de las circunstancias” que me ha perseguido por tanto tiempo  y  sostengo en mi mente una pregunta que a simple vista está revestida de las más pura sencillez pero que en el fondo significa nada más y nada menos que girar 360 grados en dirección contraria a los vientos que soplan en mi vida: ¿y por qué no? …¿por qué no, Sofía?—pienso y se me explota el pecho en una bocanada de aire fresco.
Estrello el cigarrillo en un cenicero sobre la mesa de noche y me acurruco en la tibieza de su relajada anatomía. Ya he llorado lo suficiente entre sus brazos;  ahora  siento que levito sobre las nubes negras que chillan furiosas y amenazantes desde hace tres días sobre el cielo de Miami.
Suspiro profundo, quisiera diluir la pesada angustia que me devasta sin darme tregua. Quisiera creer que “volver” será suficiente para borrar el destiempo. Quisiera dejar de temer esa imagen de mamá frente a mí…olvidándome y ésta vez para siempre.
Acomodo mi garganta. Las palabras que antes me dijera Noa en su intento por contenerme vuelven a mi mente: Sanar, siempre es el mejor de todos los caminos.
―…Sanar, ayúdame a sanar, mi cielo—murmuro muy despacio, apretando los párpados.
―solo si me dejas…—responde, acercando mi mano hasta los latidos de su pecho.
―Claro que te dejo—respondo y sonrío satisfecha― ¿Cómo es Avalon…?
—Mágico…
―Mágico…—repito y suspiro muy hondo―Necesito magia en mi vida.
—Tú eres mágica—me dice con certeza—cada vez que sonríes y sueñas con esos jardines encantados que te empecinas en dejar ir cuando es lo más bello de tu alma…
Sonrío otra vez, deleitada por sus palabras.
―Cuando regresemos de Argentina hablaré con Nick. Te lo prometo—le digo y me aferro a su espalda con más fuerza.
—No prometas, solo habla con él…
―Le diré que nunca esperé que algo así me pasara. Le diré que desperté de repente y que el vacío de mi vida era demasiado pesado para seguir sosteniéndolo. Le diré gracias, por todo, por su amor, por su tiempo, por todas las cosas que hemos compartido, las buenas y las malas y le pediré que pueda perdonarme…
―A la larga lo entenderá, lo sé—me asegura y yo aspiro su certeza tratando de convencerme que así será.
―Debo irme—le anuncio de repente, mientras me incorporo―tengo que ocuparme de localizar a Nick; seguramente está tapado de trabajo y ha olvidado cargar el móvil…no sería la primera vez. ¿Vienes conmigo?
—Ocúpate de tu viaje y de hablar con Nick. Cenamos esta noche. ¿Te parece?
―claro que si…también debo llamar a Florencia para saber si llegó sin problemas…
— ¿ves? No tendrás tiempo para mí…―me dice con ironía regalándome una tierna sonrisa.
—Siempre tendré tiempo para ti―le digo y beso sus labios con dulzura.
Me visto sin prisa, mientras la tarde transmuta lentamente sus grises sin sol.
El aroma a lluvia  se contornea como una novia blanca por las calles del Down Town, a medida que las luces de mi auto rasgan el velo transparente que forman las gotas resbalándose al unísono.
¿Por qué no, Sofía? La pregunta sigue dando vueltas en mi mente y es tan deliciosamente sugestivo escucharla deambular en mi cabeza sembrando posibilidades, que me resulta  inevitable concederle la autoridad para llevarse  el denso herrumbre de mis estructuras.
Llego a la mansión más tarde de lo previsto-me he tomado el tiempo para manejar en calma y detenerme en el puente de la avenida Causeway a contemplar la bahía-
Cierro el portón automático de la cochera. Manoteo el móvil y confirmo que el avión de Florencia haya aterrizado sin inconvenientes.  Finalizo la llamada-no sin antes tener que escuchar una perorata de “recordatorios” tan típica en Florencia.
Ingreso. La casa está vacía y sin un ápice de sonido. Me estremezco; aunque estoy más que acostumbrada a la quietud de mi castillo, ésta vez levita sobre la líneas del aire- casi estancado- un gélido silencio que parece venir de otro mundo.
Enciendo las luces. Millones de formas difusas se dispersan alborotadas al hacer contacto con las chispas destellantes.
Marco el número de Nick por décima vez: Usted se ha comunicado con el móvil de Nick Moore, después del tono deje su mensaje- ¡¿a dónde te has metido Nick?!—vocifero y estrello el móvil en el sofá.
Me dispongo a tomar una copa de vino cuando me sobresalta el timbre.
Por una fracción de segundo siento a mis piernas endurecidas sobre el cemento del piso.
Debo obligarme prácticamente a mover mi anatomía, entonces frunzo el ceño sin comprender que sucede.
Abro la puerta.
— ¡Albert! ¿Qué haces aquí? ¿Está Nick contigo?...voy a matarlo, hace días que intento comunicarme con él… ¿olvidó cargar el móvil otra vez? Tú eres su mejor amigo y su socio…vamos… ¡deberías ayudarme a quitarle esa maldita costumbre!
—Necesito hablar contigo—me dice Albert, con sus facciones endurecidas.
Me deja sin palabras su rígida expresión; Albert Dawson es el hombre más apacible que he conocido en mi vida.
— ¡Claro que sí! Pasa…
 Él avanza primero. Tiene las manos escondidas dentro de los bolsillos de su saco y camina pausadamente; como si no quisiera seguir avanzando.
Mientras persigo la lánguida huella de sus movimientos, intento dilucidar que puede tenerlo en semejante estado. Tal vez el negocio de Nueva York no resultó como esperaban. O alguna mala maniobra los ha puesto en riego…sacudo el rostro. Nick no hace “malas maniobras”.
— ¡¿Qué sucede Albert!?—vocifero, sin poder contener ya la incertidumbre.
—Siéntate, Sofi.
Giro sobre mis talones y obedezco su pedido, involuntariamente.
— ¿Nick está problemas? ¿Regresó contigo?—lo interrogo, con urgencia.
— Nick murió, Sofía.
El estallido de un trueno explota sobre el firmamento de Coral Gables y me ensordece durante varios segundos. Detrás del sonido me pareció escuchar que Albert decía: Nick murió, Sofía.
Aprieto los labios.
—Lo siento, no sé cómo decirlo de otra manera….
— ¿De qué hablas Albert? ¿Decir qué?
—Sofi...Sé que es difícil…
— ¿¡De que estás hablando Albert!?
El fragor de la estampida deja de taladrar por fin en mis tímpanos, entonces la frase retumba con diáfana claridad en toda mi mente…Nick murió. Sofía.
Me llevo ambas manos a la boca.
Me acabo de congelar. Acabo de quedar inerte. Sin aire y sin latidos.
Sacudo el rostro y  respiro hondo.
— ¿Nick está contigo o tomará el próximo vuelo? Debo hablar con él lo antes posible. Tenemos que viajar a Argentina cuanto antes, mis hermanos internarán a mi madre en una institución…le diagnosticaron Alzheimer…
—Sofi…
— ¡Qué Albert! ¡Qué sucede!
—Nick murió, ésta mañana en la habitación de un hotel…
Otra vez, su frase se queda resonando en mi cabeza.
Parpadeo varias veces y me quedo silente. Con la mirada clavada en el blanco cortinado del ventanal que se mece como un fantasma.
—…Sufrió una sobredosis de heroína y alcohol.
Me incorporo furiosa y exploto en una sarcástica carcajada.
— ¿Sobredosis de heroína? ¿Nick? ¡Lo conoces de toda la vida Albert, eso es imposible!
—Nick era adicto a la heroína desde hace 5 años Sofí. Me pidió que lo acompañara a Nueva York, a una clínica de rehabilitación…quería dejarlo, por ti…por ustedes…no quería seguir mintiéndote…
—Albert...de que hablas por dios…
—Lo siento, debí decírtelo pero le jure que jamás lo haría…cuando me pidió que lo acompañara tuve la esperanza que ésta vez lograría dejarlo por eso accedí…lo llevé hasta ese lugar, se lo veía tan decidido…pero no se qué sucedió, se fue…lo llamé mil veces, lo rastreé por todo Nueva York…cuando lo encontraron solo tenía la tarjeta de la clínica en un bolsillo, ellos me avisaron… la gente del hotel lo encontró sin vida.
Miro hacia los costados. Las sombras de mi laberinto se reúnen unas con otras ensamblando una muralla. Desde lejos, la rojiza mirada de mi futuro carcelero no deja escapar ninguno de mis movimientos. Me sigue con su ojo febril y me aguarda, agazapado en la negrura de las  tinieblas.
Sin darle muerte a la bestia, sin llevar a cabo su proeza, mi príncipe…mi Teseo…se fugó mientras yo dormía sobre la tibia arena de Naxos…me abandonó cuando tenía entre mis manos la posibilidad de liberarnos…mientras yo me perdía en otros brazos, mientras yo amaba más a otra persona…
— Estás diciéndome que mi esposo era adicto a las drogas y yo no lo sabía…
—Lo siento…no sabes cuánto lo siento. Le hice una promesa y no podía romperla, Nick Jamás hubiera soportado que tú o su padre se enteraran de esto…
—Y ahora está muerto Albert…
Mi cuerpo se desvanece y me quedo de rodillas en el piso. En mi interior transcurre el apocalipsis. El fin de los tiempos. Un Armagedón que mezcla el más punzante dolor con la ira y el desconsuelo.
Siento que hay millones de lágrimas esperando ahogarme, millones de silencios esperando despedazarme. Ahora solo puedo callar. Ahora no puedo pensar en nada. Ahora soy una piedra inmovilizada de espanto; una hoja que ha quedado congelada en un espacio de tiempo en el que todo se ha detenido y en dónde solo yo continuó respirando a duras penas.
—Le pedí a la policía que me dejara hablar contigo, no quería que te enteraras  por teléfono—continúa Albert;  y yo solo observo sus labios moverse, secos y temblorosos—Debes viajar a Nueva York ésta noche a reconocer…el cuerpo. Ya me ocupé de todo. Sólo tenemos que irnos…
Intento moverme  pero no lo consigo. Albert llega hasta mi lado y me ayuda a incorporarme. Yo me desvanezco otra vez. No tengo autonomía sobre mis músculos. Él me sujeta con fuerza aprisionándome en un abrazo al cual no tengo reflejos para responder.
— ¿Tienes lo necesario en tu cartera? ¿Te busco algo  más?
No respondo.
Se aleja hasta mi bolso y lo aprieta entre sus dedos.
— ¿Tú ID está aquí adentro Sofi?
Asiento con el rostro. Creo que entendí lo que acaba de preguntarme.
—Te buscaré un abrigo….
Lo veo alejarse por las escaleras a pasos agigantados.
Quiero obligarme a reaccionar de alguna manera pero solo me quedo allí. En la misma baldosa en la que Albert me puso de pie.
Aprieto los parpados. La figura de Nick muriendo en esa solitaria habitación de hotel me golpea el pecho y me sacude sin piedad.
¿Será que en realidad fui yo la que se fugó dejándolo dormido en la soledad de esa isla?
Albert regresa apresurado y me conduce, tomándome del brazo,  hasta la puerta.
A medida que avanzamos hasta el auto, cada uno de mis pasos agrietan el suelo de nuestro palacete que nunca fue más que puro plástico.
Tres horas más tarde el avión aterriza en el aeropuerto de Nueva York. Durante el vuelo Albert realizó algunas llamadas y al descender nos aguarda un auto de la policía junto a Victoria, la esposa de Albert.
La mujer me toma de las manos y me besa la mejilla, sin poder esconder sus lágrimas.
—Lo siento tanto, Sofía…me dice, con una expresión de dolor en las líneas de su cara.
Un oficial de la policía se acerca también y después de dar la condolencias de rigor me pide que lo acompañe. Sin despegarse un segundo de mi lado, Albert ingresa conmigo al interior del vehículo.
— ¿Prefieres descansar un poco antes Sofi? Puedo hablar con ellos…
Sacudo el rostro-ninguna palabra quiere salir de mi boca-
La madrugada de Nueva York exhibe sus oscuras criaturas ante mis ojos desorbitados en un punto fijo hacia la nada.
El edificio de la morgue policial se manifiesta como un Hades de ennegrecida túnica y nos devora impetuosamente mientras avanzamos entre sus entrañas.
Los blancos pasillos de lívidos azulejos grisáceos me sofocan y debo aspirar muy hondo. El aire enrarecido de formol me raspa la garganta entonces reacciono durante intervalos que expiran en pocos segundos.
Llegamos a una sala. Su pesada puerta de aluminio parece los cerrojos del tártaro. El oficial de policía cruza algunas palabras con Albert.
— ¿Prefieres que ingrese yo solo Sofía?
Giro el rostro y enfoco sus rasgos demacrados. Abro los labios.
—Quiero verlo, Albert.
La silueta de un cuerpo debajo de una sábana blanca reina silencioso bajo la luz de una lámpara lúgubre. Albert se aferra a mi brazo con fuerza, presiento que ahora es él quien está a punto de perder la soberanía de sus músculos. Aprieto los dientes y lo sostengo, a duras penas.
El hombre de uniforme se acerca y con un gesto nos consulta si es el momento.
Ninguno de los dos responde.
El hombre entonces, respetuoso y comprensivo, hace un paso hacia atrás soltando la tela blanquecina.
Algunos minutos después, sin decirnos nada, ambos fijamos nuestra mirada hacia el oficial que responde inmediatamente. Se acerca y con un solo movimiento descorre el velo que oculta el rostro de Nick.
Es Albert quien habla confirmando su identidad.
—Es él, oficial—lo escucho decir, entonces agudizo la mirada y la dejo clavada en su semblante sin vida. Y me quedo contemplando su pelo desordenado y el azul de sus ojos, ahora apagado, resplandece otra vez en mi memoria, como esas velas flotantes que decoraban el agua de la piscina esa noche cuando lo vi por primera vez y me enamoré de su silencio.
Es él…oficial. La frase es un verdugo. Un demonio fatal que me apuñala y hace explotar un puñado de lágrimas que son ácido y me queman desde adentro.
—Yo me ocuparé de todo, Sofi. No quiero que te preocupes por nada. —Me dice Albert, mientras sostiene mi mano.
— ¿Jeff lo sabe?—balbuceo en voz baja.
—Sí. Esta viajando desde Río de Janeiro.
Un hombre canoso de camisa blanca y corbata descolorida se acerca hasta nosotros.
—Señor Dawson… ¿podría hablar con usted por favor?
Albert se incorpora. Mira a Victoria que ahora sí nos acompaña entre las cuatro paredes de una desolada oficinita y se aleja con él.
Victoria sostiene mi mano. De vez en cuando la aprieta muy fuerte entonces vuelvo en sí y dejo de deambular por valles sin norte.
Mi teléfono móvil suena desde  la cartera.
—Ha estado sonando…no sabía si atender…—me dice Victoria, apesadumbrada.
Abro el bolso. Tomo el teléfono entre mis manos temblorosas. Miro la pantalla. Es Noa.
Aprieto los párpados, casi con furia,  a continuación corto la llamada…

Fotografía: Peter Lindbergh 


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